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Raúl Portero Lozano | Web personal

Si no fuera por el valioso tiempo que nos hace ganar, las autovías, autopistas y esas vías rápidas de dos y tres carriles serían algunos de los peores inventos de la historia. Nos hacen perder mucho.

Cuando se acabó aquella autovía desgastada con asfalto gris no pensamos que en realidad empezaba lo mejor de ese día: recorrer pequeñas poblaciones con apenas unas casas y pasar por los cientos de puestos de carretera en los que algunos paraban a comprar churchkhelas. (Yo creía que eran chorizos de matanza colgados.)

Fue en una de esas paradas donde probamos el vino de Kajetia, la región vinícola de Georgia, donde probamos la rica comida casera que nos prepararon en una pequeña bodega familiar y donde comprobamos la amabilidad de los que prefieren todos los días quedarse en su pequeña villa para enseñársela a quien venga.

Aquel asfalto de doble sentido nos llevó también hasta Sighnaghi y a su imponente vista de la cordillera del Cáucaso que parece pintada en una sábana que recorre todo el horizonte. A lo lejos se veían los picos blancos de esas montañas que llegan a traspasar el cielo.

También nos llevó hasta Telavi donde se nos hizo de noche. De camino vimos a los niños que llegaban a casa después de un día de colegio. A los mayores observando los coches pasar y a los animales que acampaban a ras de calle esperando que cayera algún trozo de pan por la ventanilla.

Y esa carretera también nos devolvió a Tiflis no sin antes parar a por uno de los chorizos dulces de los que hablábamos y tampoco sin pensar que nada de lo que acabo de contar hubiera sido posible si hubiera estado terminada aquella autovía que acorta tiempo, pero tritura tantos detalles.


Asomarse a un balcón con el viento soplando fuerte y observar las montañas cruzándose entre sí. La paz en un robusto monumento lleno de turistas. Esa paz que se vuelve visitable. 

En lo alto de la montaña georgiana se escenifica en piedra y azulejos la amistad que une a Georgia con el pueblo ruso. La carretera para llegar a los 2300 metros a los que se levanta es la misma que cruza hasta el país de los Urales. La hilera de camiones de mercancía que llegan desde allí recorre kilómetros y kilómetros. 

Arriba en la montaña Georgia guarda parte de sus tesoros. Viven ocultos entre valles donde quizás exista la certeza de que estarán presentes para siempre. Lugares como el monasterio de Gergeti desde donde uno acaba aceptando lo pequeño que es.

Sólo los turistas que pasamos apenas unos minutos allí somos capaces de romper ese silencio antiguo por el que nadie responde. Que vértigo da el tiempo a través del tiempo. Donde quedarán las voces que un día allí pusieron piedras buscando altura.

Y la montaña sigue mirando y contemplando. Esa misma que tiene en la cima una raya que sólo los humanos somos capaces de ver. Las marcas fronterizas que un ave puede trasgredir, pero no una persona sin pasaporte en regla.


En el mundo hay millones de relojes y horas marcadas a fuego para los que los miran. En Tiflis está el más pequeño del mundo. Encerrado entre ladrillos torcidos y donde tienes que tener el ojo bien despejado si quieres llegar a ver sus agujas.

A través de él se puede ver el tiempo que pasó y que sigue pasando hoy en el corazón de un país que late entre montañas y de una ciudad que es el espejo de la dignidad de sus gentes.

Por ese pequeño reloj se ven las horas detenidas de esa obstinada alegría de antepasados que no se dejaron vencer. Se ve a lo lejos a una mujer que en una mano tiene una copa de vino que ofrece a sus amigos y en la otra una espada por si llegara algún enemigo. 

Pero se ven también los errores y los abusos. Se ve a los jóvenes saliendo a la calle reclamando poder decidir su futuro. Pidiendo alejarse de vecinos que para ellos poco aportan en sus días y en su forma de vivir.

Hay miradas de georgianos hacia su reloj llenas de nostalgia y tristeza porque sienten que se les escapa de las manos las horas de su mañana.

En Tiflis, a veces parece que todo está un poco roto, aunque nada está aún caído. Hay herida pero queda canto. Hay horas pasadas que recordar y minutos futuros por los que seguir luchando.


Hay lugares donde la vida se teje lejos del ruido. Sitios donde uno nunca pensaba que se pudieran encender las luces al caer la tarde. Lo más probable es que la mitad de las personas del mundo no sepan que existe la otra mitad y eso llega a ser por momentos fascinante.

Entre montañas y valles vive el mundo rural armenio. Con carreteras que se pierden en la niebla y con rostros que sostienen horizontes más allá de la ciudad.

Allí las gentes no buscan brillar, buscan simplemente vivir como lo vieron siempre. Al pasar te miran e imaginan cuál puede ser tu historia. Pero esa mirada vive apenas segundos. Dura lo que tardas en pasar con el coche fugazmente.

Pero en tu mente se quedan esos espacios. Esas casas. Esos gestos de los más sabios a los pequeños inocentes. También todos los objetos a los que no encuentras una explicación verosímil de por qué están ahí.

Es complicado guardar el mundo en una mirada pero esas que pasan por donde sabes que es más que probable que nunca vuelvas a pasar son las más especiales.




Al final de la Avenida del Norte en Ereván se levanta el edificio de la Ópera. Es un lugar especial para los vecinos. Una de las principales atracciones culturales que hay en la ciudad.

La capital de Armenia es un poco como una ópera en pleno estreno. Sus calles principales recuerdan a aquellas centroeuropeas donde las grandes marcas tienen bien puestos sus escaparates. Están preparadas para recibir al público en sus butacas. 

Es una ópera con voces jóvenes que miran a los asistentes con la fuerza de querer prosperar y dejar atrás un pasado de vocalistas noveles de pequeños escenarios. Quieren afrontar su futuro con lo que tienen y nada más. Sin olvidar que esa obra, esa ciudad, es una de las más antiguas del mundo, más incluso que Roma.

Y tiene pausas. Tiene cafés que tomar. Conversaciones entre acto y acto que tratar. Una poderosa vida nocturna donde aquellos jóvenes solistas disfrutan de la vida entre noche y noche en los días de cartel.

Ereván es una ópera que se ve rosa como las piedras de la mayoría de sus edificios históricos donde lo soviético ahora es simplemente un sello. Aunque conserven algún cine como el 'Moscú'.

Y la obra acaba por todo lo alto, con voces agudas y graves que se mezclan en el decorado de un escenario donde hay fuentes de agua y luces de colores que celebran en la noche de un sábado.

Los aplausos los ponen los tantos turistas que alguna vez quisimos ir a conocer aquella ciudad, o aquella ópera.




Armenia es el único país del Cáucaso que no tiene mar. Sus habitantes viven rodeados de trozos de tierra de otros. Aunque si preguntas a más de uno es probable que antes de pedirte tener un trozo de mar, te pedirán poder tener un pedazo de montaña. 

En Armenia se mira y se busca al Ararat. El icono de los apenas tres millones de personas que viven en el país. Aquel monte pertenece hoy a Turquía por el tratado que firmaron con la Unión Soviética en 1921. 

Pero sigue siendo el alma de todos los armenios porque allí dicen que nació su pueblo y allí, según las escrituras, el Arca de Noé descansó tras el diluvio. Por eso Armenia es sumamente cristiana y por eso son el primer pueblo del mundo que adoptó el cristianismo como religión. 

Hoy las miradas hacia el Ararat se regocijan en el pensamiento de los que siguen a la Iglesia Apostólica Armenia y rezan en alguno de sus cientos de templos que hay por el país. Desde Khor Virap a Noravank. Desde Geghard hasta Sevanavank.

Su fe sólo les permite mirar hacia esa montaña. Por eso rechazan las directrices vaticanas y tienen su propio líder conocido como el Catholicós de todos los armenios.

El Ararat es parte de ellos aunque haya una frontera de por medio. Un pedazo de tierra y un pueblo que se miran mutuamente pero solo se queda en eso.





Algunos momentos detenidos de todo lo vivido hace unos días cubriendo los incendios que afectaron a Castilla y León. Con perspectiva cobra algo más de sentido el trabajo que hicimos y la magnitud de lo que estaba pasando.

Me acuerdo de aquellos vecinos voluntarios de Castromil, en Zamora. De Álvaro y sus abejas. De Javier y sus vacas. De Sergio y de aquel árbol donde su abuelo dejaba siempre un cuchillo para almorzar. De tantos lugares que hacían felices y hacían vivir a muchas personas. De kilómetros y kilómetros de tierra quemada envuelta en una escala de grises aún humeante.

Ninguno de los afectados querían oír hablar de lo que la mayoría ya hablaba: de esas ayudas económicas directas a su cuenta bancaria. Para la mayoría carecían de sentido. Recuerdo también a José Manuel, vecino de Cional afectado por los incendios de la Sierra de la Culebra. De aquella mirada observando el monte resurgiendo algunos centímetros dos años después del fuego. "Que el dinero lo destinen a que esto no vuelva a ocurrir."

Seguro que estos incendios pasarán. Y en muchos lugares pensarán en el: "hasta el año que viene." Porque el fuego volverá y la amenaza de que volvamos a perder lugares de felicidad y de sustento para tantos, regresará. Y con ello volverán los limosneros visitantes que dejan la americana en el coche en verano.

Porque como dice la canción que se convierte en himno cada temporada estival en nuestras tierras: "los campos castellanos, (por desgracia) arden fácil en verano."




Sicilia nos dejó una caja con pequeños recortes en los que estaba todo aquello que vimos y disfrutamos.

Como las cintas de Alfredo a Totó. Como lo que el cine deja a los mortales. 

Los recuerdos de los días viajando por aquella isla.

Rafael Chico Pérez, pregonero en el 1968: “Si mi pobre palabra no acierta a expresar, lo compensará ese monstruo de varios ojos que son las cámaras de televisión”

Una crónica televisiva de los días previos a la Semana Santa, en el año en el que Televisión Española enseñó por primera vez en directo nuestras tradiciones

Una ciudad castellana. Exterior. Día. Tiempo primaveral de un mes de abril recién estrenado. 24 minutos en blanco y negro con un sonido puro y envolvente de un locutor que muestra la riqueza de una localidad terracampina. Aparecen mujeres, hombres y niños limpiando y acicalando a cristos y vírgenes unos días antes del Jueves y Viernes Santo.

Esto fue lo primero que se encontraron una tarde de 2014 los técnicos de cine que trabajan en el archivo central de Televisión Española en Prado del Rey, en Madrid. En aquel lugar, miles de cintas esperan ser reveladas y transformadas a formato digital. Un proceso lento y laborioso que requiere habilidad y paciencia para no dañar los negativos.

Torrespaña, Madrid. Interior. Noche. Un periodista bucea entre las profundidades de la historia de nuestro país cuando se topa con unas imágenes que le resultan familiares. Eran de 1968 y era su ciudad de corazón. Era su Semana Santa. Eran las gentes que cuidaron con mimo las tallas y erigieron serenidad en las generaciones para mantener hasta los días en color aquellas formas de sentir en la primavera.

Las procesiones de Medina de Rioseco del Jueves y Viernes Santo de 1968, fueron las primeras de la historia de nuestra Semana Santa en ser retransmitidas en directo. Se hizo a través del primer canal de televisión y el realizador, Ramón Díez, comandó un equipo de cerca de 30 profesionales que llevaron a las casas de toda España nuestra Semana de Pasión. David Cubedo, rostro visible de la televisión en aquella década, junto con el padre D. José Antonio Sobrino y Miguel Martín, se encargaron de poner voz a los dos desfiles que se emitieron con la tecnología propia de aquellos años. 

Es muy probable que esas imágenes estén en alguna de las miles de cintas que aún están sin revelar y que un día, alguno de los técnicos de cine que trabajan en el laboratorio de TVE, den al play y aparezcan. Pero mientras eso ocurre, las causas fortuitas de la vida han hecho que un reportaje que se emitió el Miércoles Santo de ese mismo año, también en el primer canal, sí haya sido recuperado.

Ese rodaje se grabó mayoritariamente el día del pregón, que fue el domingo 31 de marzo, y es un reflejo de cómo éramos hace 57 años. Genuidad pura de un pueblo que trataba de explicarse al mundo. Turismo, agricultura, industria metalúrgica, gastronomía, escuela… Un equipo que llegó desde Madrid estuvo durante un par de días grabando in-situ a los protagonistas que días después irían bajo las túnicas.

“A 41 kilómetros de Valladolid, cerca del páramo de Coruñeses, el Caserío de Medina de Rioseco, la Villa de los Almirantes aparece en el horizonte de esa Castilla vieja que levanta sus torres en plena Tierra de Campos…”. Así comenzaba aquella crónica que mezclaba planos del barrio de Ajújar con otros de la Rúa Mayor. Aparece gente hablando en lo que hoy es la Plaza de Santo Domingo y se ve intacto el actual cartel de la pastelería Cubero, que hoy sigue en el mismo sitio como si el tiempo no hubiera pasado por allí.

Después de eso, una breve descripción de nuestros grandes templos introducía al espectador al por qué del reportaje. En lenguaje televisivo se trataba, sin duda, de ‘un cebo’ para captar la atención a quienes lo fueran a ver, y que los dos días siguientes de Jueves y Viernes Santo encendieran sus televisores a las 8 de la tarde.

Tras los primeros minutos de reportaje, aparece El Pardal a los pies de la fachada plateresca de Santiago. Iba acompañado de seis tapetanes. También, del encargado de leer la proclama, que lucía una capa distintiva al resto. Los ocho estaban formados en dos filas. Uno de ellos mordía la tela de su careta con los labios. Sonaba la proclama en la que el por entonces alcalde, Andrés Ferreras Pérez, invitaba a todos los vecinos a que fueran al Cine Marvel a escuchar el pregón. Ese año lo daba el escritor y periodista D. Rafael Chico Pérez. Según se leía en la proclama, tenía un cierto parentesco con Rioseco.

Ya en el interior del Marvel, se sucedían los primeros planos de vecinos que habían ido a escuchar las palabras del pregonero. Aparece Francisco Gallego, o el que años más tarde sería alcalde, Manuel Fuentes. A la par, García Chico decía: “Vengo a postrarme humildemente ante la Virgen y el Cristo de Castilviejo, ante la dolorosa riosecana de Juan de Juni, la más bonita del mundo como dijo uno de vuestros pregoneros. Ante ese Cristo de la Caña y pedirle su venia para hablar de Rioseco y su Semana Santa.”

Y por si quedaba duda de que aquel año era especial para la ciudad por el hito televisivo que se iba a producir, el pregonero concluyó diciendo: “...tengo una esperanza y es que lo que mi pobre palabra no acierta a expresar, lo compensará, de forma más que suficiente, ese monstruo de varios ojos que son las cámaras de televisión que al difundir las bellezas de Rioseco y de su Semana Santa, dará la medida de la altura que tienen estos desfiles procesionales.”

De pronto, el reportaje llevaba al espectador al interior de la Iglesia de Santiago. Allí, unas mujeres aparecían quitando los puñales a La Dolorosa, y con una balleta los hacían brillar aún más. Unos niños pasaban unos trapos al tablero de La Desnudez, quitando cualquier posible mota de polvo de cara al Jueves Santo. Y ante la imponente imagen del Sepulcro, unas mujeres rozaban con cuidado unos paños sobre la llaga del pecho, sobre sus pies y sobre su cabeza recostada.

“Los niños como antaño sus padres, limpian ahora los pasos que pronto se portarán sobre sus hombros, como es norma en la tradición y en el orgullo de sus cofradías.”, apuntaba el locutor mientras explicaba aquel momento.

El equipo de Televisión Española recorrió Rioseco entero. Entró en la panadería ‘La Espiga’ y habló con el que entonces era su dueño, Eugenio Sordo, y le preguntó sobre los premios logrados con su pan. “Don Eugenio: ¿cuántos galardones ha conseguido usted en su vida?”, preguntaba el periodista. “Muchos, bastantes, tenemos por lo menos unos ocho o diez galardones. Se han conseguido muchos en Barcelona, otros en Roma, otros en Francia también…”, contestó Sordo, mientras en el fondo aparecían los hornos aún calientes.

A orillas del Canal, tres agricultores montaron una pequeña tertulia y hablaron sobre el Plan Tierra de Campos. Por entonces, era el tema de actualidad en la labranza. “Pues este plan, por ser la primera tentativa coherente que se hace para la mejora socioeconómica del medio rural, creo que es algo muy importante.”, decía uno de ellos.

También hubo hueco para la industria metalúrgica, un pilar fundamental de la ciudad en aquellos años. Aparte de adentrarse en una de las fundiciones donde trabajaban a destajo y cuyo legado es posible que se vea hoy en el alcantarillado de muchos pueblos de España, hablaron con Teodoro Fernández Gallego, entonces presidente del gremio del metal. Así se refería a la importancia de este sector: “Medina de Rioseco y su industria se dedica, casi exclusivamente, a la causa de maquinaria agrícola, pero no olvida y por ello se preocupa grandemente en hacer materiales de alcantarillado, de obras públicas…”

La juventud y la formación también fueron una de las patas del reportaje. Filmaron planos dentro del Taller Escuela de Formación Profesional “San Francisco”, donde se podía ver a chavales aprendiendo a usar la maquinaria. “Lo más difícil para los estudiantes en esta escuela taller es precisamente fresa y torno, pero todos los alumnos salen colocados en las distintas empresas de la localidad.”, decía uno de los maestros.

Para los que, por suerte económica, podían optar a estudios más avanzados, el equipo de Madrid grabó imágenes en el interior del Colegio San Buenaventura. Se podía ver cómo los chavales atendían en clase de dibujo técnico o cómo jugaban al baloncesto en uno de los descansos. “Aquí imparten las disciplinas básicas auxiliados por cuatro maestros de educación física, política, religión y dibujo.”, decía el periodista en su voz en off.

Pero lo importante era nuestra Semana Santa. El objetivo de aquellos dos, periodista y camarógrafo, era dejar con la miel en los labios a quienes vieran ese Miércoles Santo aquel reportaje. Por eso, ya casi en el cierre, unos hombres aparecían limpiando el tablero del Cristo de la Paz, también dentro de la Iglesia de Santiago. 

Uno de ellos estaba sentado en lo más alto de la cruz con una escalera, quitando el polvo a la parte trasera de la cabeza del portentoso Cristo. El periodista le preguntó a uno de los hermanos cómo trataban la imagen y qué productos echaban. También cómo formaban el paso, cuánto pesaba, o cómo de difícil era maniobrar para sacar el Cristo a la calle.

El periodista quería saber de la idiosincrasia de las cofradías más allá de las procesiones. Alguien pensó entonces que sería bueno invitar a la pareja de comunicadores a la Junta de la Hermandad. Estos dos entraron. No sé si algún medio de comunicación lo llegó hacer después y hasta nuestros días. Ya saben que las juntas suelen ser reuniones muy para los de dentro. 

Estos colocaron el micrófono con un largo cable en el centro de la mesa donde estaba la Junta Directiva. Allí estaban Eugenio Castrillo, Antonio Fernández, Teófilo Valdés o Ángel Luis Rodríguez, que además soltaron un ¡SÍ! sonoro para que su nombre figurara en la formación del paso de ese año. Esta secuencia es sin duda una de las que más valor tiene en este reportaje. Los planos están cuidados con mucho mimo. Es una auténtica película. 

Como riosecano es imposible no ver estas imágenes y pensar en todas esas generaciones que hicieron grande nuestra Semana Santa. En parte, engrandecieron también nuestra vida, porque sin aquellas semillas regadas con el paso del tiempo y las gentes, no seríamos hoy así, ni estaríamos hoy donde estamos.

Estas imágenes representan la importancia que tiene grabar y conservar momentos sencillos. Que tantos años después hayan vuelto aparecer son un regalo para toda nuestra ciudad y para todos los riosecanos. Para usted, por ejemplo, que lee ahora este artículo y que igual ha visto a un familiar en esas imágenes en blanco y negro. Hay muchos rostros, personas, ubicaciones y detalles que nombrar y, sobre todo, que recordar. El recuerdo es la base de nuestra Semana Santa, y lo dice uno que tiene, por caprichos de nacimiento, poca memoria riosecana.

Artículo escrito para la Revista de la Junta de Semana Santa de Medina de Rioseco del 2025


Al salir de casa, al entrar, cuando paseas entre escaparates, cuando vas en metro... cuando te ves frente a algún espejo, siempre observas como tu contorno se muestra a los demás. Está al alcance de muy pocos traspasar las capas de la carne y ver lo que hay por dentro.

Los que lo hacen es probable que te hablen desde el corazón, como alguien de tu familia. O desde la admiración como un buen amigo. Muy pocos lo harán desde la pura verdad, desde lo que hay, sin poesía ni respeto. 

Una persona un día me miró por dentro y observó mi voz, incluso también mi corazón (que muchas veces lo primero depende de lo segundo), y lo hizo poniéndome frente a su espejo. Mostrándome mis debilidades, mis polos hacia donde no debería pisar, mis inseguridades.

La mujer del espejo, como alguno la conocía, dijo una vez que ella estaba sentada donde quería estar. En su despacho en el centro de Madrid por donde tantos profesionales desfilaban a diario. A todos los ponía frente a su espejo para que se vieran cómo son y como suenan. "Si este espejo hablara..."

Igual parte de esa escenografía tenía que ver con su pasado soñado como directora de fotografía. El cine fue su primera llamada pero, como también se la escuchó en alguna ocasión: "cambié las luces por las voces". Pese a ello, aquella forma de mirar la vida y a las personas siempre quedó en su mirada de cine. 

Aquella mujer, nos dio a muchos de nosotros el primer papel de aquel texto que cambió gran parte de nuestra vida. "Vosotros no estáis aquí por lo buenos que sois o por lo que sabéis, estáis aquí por vuestra sensibilidad.", dijo un día ya en una de sus primeras clases. Allí comenzamos a entender qué era lo de mirar nuestra voz.

Siempre tuvo unos recuerdos especiales hacia Salvador Arias, actor que destacó en el doblaje, a quien recordaba como aquel que le enseñó a confiar en su voz. Un ejemplo que trató de trasladar a quienes pasaban por sus manos. Al principio, muchas voces llegaban justas de confianza y de empeño, pero el efecto de ella y su espejo cambiaba las autoestimas en cuestión de semanas.

"La voz para mi es el mayor tesoro que hay. Es milagroso como algo tan pequeño y tan delicado puede, en algún momento, hacer algo tan bonito como es que se le salte la lágrima de emoción a alguien escuchándote." Solo sintiendo pasión por lo que haces a diario, se puede llegar a la plenitud de soportar el paso del tiempo y las circunstancias. Esa mujer lo hacía.  

Después de miradas al espejo, después de que las voces de tantos se graduaran, todo lo aprendido lo escuchamos a diario. Aquella mujer y su espejo sigue reflejando la forma de decir aquello que pensamos en nuestra profesión. 

"Hay que ser tu coach personal porque no todos los días son perfectos.", comentó ella en una entrevista hace unas semanas. Lo raro de hoy es que haya algún día perfecto. 

Gracias por tu tiempo, tus ganas y tu mirada que siempre iba más allá. 

Para aquella mujer del espejo.
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