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Raúl Portero Lozano | Web personal

Rafael Chico Pérez, pregonero en el 1968: “Si mi pobre palabra no acierta a expresar, lo compensará ese monstruo de varios ojos que son las cámaras de televisión”

Una crónica televisiva de los días previos a la Semana Santa, en el año en el que Televisión Española enseñó por primera vez en directo nuestras tradiciones

Una ciudad castellana. Exterior. Día. Tiempo primaveral de un mes de abril recién estrenado. 24 minutos en blanco y negro con un sonido puro y envolvente de un locutor que muestra la riqueza de una localidad terracampina. Aparecen mujeres, hombres y niños limpiando y acicalando a cristos y vírgenes unos días antes del Jueves y Viernes Santo.

Esto fue lo primero que se encontraron una tarde de 2014 los técnicos de cine que trabajan en el archivo central de Televisión Española en Prado del Rey, en Madrid. En aquel lugar, miles de cintas esperan ser reveladas y transformadas a formato digital. Un proceso lento y laborioso que requiere habilidad y paciencia para no dañar los negativos.

Torrespaña, Madrid. Interior. Noche. Un periodista bucea entre las profundidades de la historia de nuestro país cuando se topa con unas imágenes que le resultan familiares. Eran de 1968 y era su ciudad de corazón. Era su Semana Santa. Eran las gentes que cuidaron con mimo las tallas y erigieron serenidad en las generaciones para mantener hasta los días en color aquellas formas de sentir en la primavera.

Las procesiones de Medina de Rioseco del Jueves y Viernes Santo de 1968, fueron las primeras de la historia de nuestra Semana Santa en ser retransmitidas en directo. Se hizo a través del primer canal de televisión y el realizador, Ramón Díez, comandó un equipo de cerca de 30 profesionales que llevaron a las casas de toda España nuestra Semana de Pasión. David Cubedo, rostro visible de la televisión en aquella década, junto con el padre D. José Antonio Sobrino y Miguel Martín, se encargaron de poner voz a los dos desfiles que se emitieron con la tecnología propia de aquellos años. 

Es muy probable que esas imágenes estén en alguna de las miles de cintas que aún están sin revelar y que un día, alguno de los técnicos de cine que trabajan en el laboratorio de TVE, den al play y aparezcan. Pero mientras eso ocurre, las causas fortuitas de la vida han hecho que un reportaje que se emitió el Miércoles Santo de ese mismo año, también en el primer canal, sí haya sido recuperado.

Ese rodaje se grabó mayoritariamente el día del pregón, que fue el domingo 31 de marzo, y es un reflejo de cómo éramos hace 57 años. Genuidad pura de un pueblo que trataba de explicarse al mundo. Turismo, agricultura, industria metalúrgica, gastronomía, escuela… Un equipo que llegó desde Madrid estuvo durante un par de días grabando in-situ a los protagonistas que días después irían bajo las túnicas.

“A 41 kilómetros de Valladolid, cerca del páramo de Coruñeses, el Caserío de Medina de Rioseco, la Villa de los Almirantes aparece en el horizonte de esa Castilla vieja que levanta sus torres en plena Tierra de Campos…”. Así comenzaba aquella crónica que mezclaba planos del barrio de Ajújar con otros de la Rúa Mayor. Aparece gente hablando en lo que hoy es la Plaza de Santo Domingo y se ve intacto el actual cartel de la pastelería Cubero, que hoy sigue en el mismo sitio como si el tiempo no hubiera pasado por allí.

Después de eso, una breve descripción de nuestros grandes templos introducía al espectador al por qué del reportaje. En lenguaje televisivo se trataba, sin duda, de ‘un cebo’ para captar la atención a quienes lo fueran a ver, y que los dos días siguientes de Jueves y Viernes Santo encendieran sus televisores a las 8 de la tarde.

Tras los primeros minutos de reportaje, aparece El Pardal a los pies de la fachada plateresca de Santiago. Iba acompañado de seis tapetanes. También, del encargado de leer la proclama, que lucía una capa distintiva al resto. Los ocho estaban formados en dos filas. Uno de ellos mordía la tela de su careta con los labios. Sonaba la proclama en la que el por entonces alcalde, Andrés Ferreras Pérez, invitaba a todos los vecinos a que fueran al Cine Marvel a escuchar el pregón. Ese año lo daba el escritor y periodista D. Rafael Chico Pérez. Según se leía en la proclama, tenía un cierto parentesco con Rioseco.

Ya en el interior del Marvel, se sucedían los primeros planos de vecinos que habían ido a escuchar las palabras del pregonero. Aparece Francisco Gallego, o el que años más tarde sería alcalde, Manuel Fuentes. A la par, García Chico decía: “Vengo a postrarme humildemente ante la Virgen y el Cristo de Castilviejo, ante la dolorosa riosecana de Juan de Juni, la más bonita del mundo como dijo uno de vuestros pregoneros. Ante ese Cristo de la Caña y pedirle su venia para hablar de Rioseco y su Semana Santa.”

Y por si quedaba duda de que aquel año era especial para la ciudad por el hito televisivo que se iba a producir, el pregonero concluyó diciendo: “...tengo una esperanza y es que lo que mi pobre palabra no acierta a expresar, lo compensará, de forma más que suficiente, ese monstruo de varios ojos que son las cámaras de televisión que al difundir las bellezas de Rioseco y de su Semana Santa, dará la medida de la altura que tienen estos desfiles procesionales.”

De pronto, el reportaje llevaba al espectador al interior de la Iglesia de Santiago. Allí, unas mujeres aparecían quitando los puñales a La Dolorosa, y con una balleta los hacían brillar aún más. Unos niños pasaban unos trapos al tablero de La Desnudez, quitando cualquier posible mota de polvo de cara al Jueves Santo. Y ante la imponente imagen del Sepulcro, unas mujeres rozaban con cuidado unos paños sobre la llaga del pecho, sobre sus pies y sobre su cabeza recostada.

“Los niños como antaño sus padres, limpian ahora los pasos que pronto se portarán sobre sus hombros, como es norma en la tradición y en el orgullo de sus cofradías.”, apuntaba el locutor mientras explicaba aquel momento.

El equipo de Televisión Española recorrió Rioseco entero. Entró en la panadería ‘La Espiga’ y habló con el que entonces era su dueño, Eugenio Sordo, y le preguntó sobre los premios logrados con su pan. “Don Eugenio: ¿cuántos galardones ha conseguido usted en su vida?”, preguntaba el periodista. “Muchos, bastantes, tenemos por lo menos unos ocho o diez galardones. Se han conseguido muchos en Barcelona, otros en Roma, otros en Francia también…”, contestó Sordo, mientras en el fondo aparecían los hornos aún calientes.

A orillas del Canal, tres agricultores montaron una pequeña tertulia y hablaron sobre el Plan Tierra de Campos. Por entonces, era el tema de actualidad en la labranza. “Pues este plan, por ser la primera tentativa coherente que se hace para la mejora socioeconómica del medio rural, creo que es algo muy importante.”, decía uno de ellos.

También hubo hueco para la industria metalúrgica, un pilar fundamental de la ciudad en aquellos años. Aparte de adentrarse en una de las fundiciones donde trabajaban a destajo y cuyo legado es posible que se vea hoy en el alcantarillado de muchos pueblos de España, hablaron con Teodoro Fernández Gallego, entonces presidente del gremio del metal. Así se refería a la importancia de este sector: “Medina de Rioseco y su industria se dedica, casi exclusivamente, a la causa de maquinaria agrícola, pero no olvida y por ello se preocupa grandemente en hacer materiales de alcantarillado, de obras públicas…”

La juventud y la formación también fueron una de las patas del reportaje. Filmaron planos dentro del Taller Escuela de Formación Profesional “San Francisco”, donde se podía ver a chavales aprendiendo a usar la maquinaria. “Lo más difícil para los estudiantes en esta escuela taller es precisamente fresa y torno, pero todos los alumnos salen colocados en las distintas empresas de la localidad.”, decía uno de los maestros.

Para los que, por suerte económica, podían optar a estudios más avanzados, el equipo de Madrid grabó imágenes en el interior del Colegio San Buenaventura. Se podía ver cómo los chavales atendían en clase de dibujo técnico o cómo jugaban al baloncesto en uno de los descansos. “Aquí imparten las disciplinas básicas auxiliados por cuatro maestros de educación física, política, religión y dibujo.”, decía el periodista en su voz en off.

Pero lo importante era nuestra Semana Santa. El objetivo de aquellos dos, periodista y camarógrafo, era dejar con la miel en los labios a quienes vieran ese Miércoles Santo aquel reportaje. Por eso, ya casi en el cierre, unos hombres aparecían limpiando el tablero del Cristo de la Paz, también dentro de la Iglesia de Santiago. 

Uno de ellos estaba sentado en lo más alto de la cruz con una escalera, quitando el polvo a la parte trasera de la cabeza del portentoso Cristo. El periodista le preguntó a uno de los hermanos cómo trataban la imagen y qué productos echaban. También cómo formaban el paso, cuánto pesaba, o cómo de difícil era maniobrar para sacar el Cristo a la calle.

El periodista quería saber de la idiosincrasia de las cofradías más allá de las procesiones. Alguien pensó entonces que sería bueno invitar a la pareja de comunicadores a la Junta de la Hermandad. Estos dos entraron. No sé si algún medio de comunicación lo llegó hacer después y hasta nuestros días. Ya saben que las juntas suelen ser reuniones muy para los de dentro. 

Estos colocaron el micrófono con un largo cable en el centro de la mesa donde estaba la Junta Directiva. Allí estaban Eugenio Castrillo, Antonio Fernández, Teófilo Valdés o Ángel Luis Rodríguez, que además soltaron un ¡SÍ! sonoro para que su nombre figurara en la formación del paso de ese año. Esta secuencia es sin duda una de las que más valor tiene en este reportaje. Los planos están cuidados con mucho mimo. Es una auténtica película. 

Como riosecano es imposible no ver estas imágenes y pensar en todas esas generaciones que hicieron grande nuestra Semana Santa. En parte, engrandecieron también nuestra vida, porque sin aquellas semillas regadas con el paso del tiempo y las gentes, no seríamos hoy así, ni estaríamos hoy donde estamos.

Estas imágenes representan la importancia que tiene grabar y conservar momentos sencillos. Que tantos años después hayan vuelto aparecer son un regalo para toda nuestra ciudad y para todos los riosecanos. Para usted, por ejemplo, que lee ahora este artículo y que igual ha visto a un familiar en esas imágenes en blanco y negro. Hay muchos rostros, personas, ubicaciones y detalles que nombrar y, sobre todo, que recordar. El recuerdo es la base de nuestra Semana Santa, y lo dice uno que tiene, por caprichos de nacimiento, poca memoria riosecana.

Artículo escrito para la Revista de la Junta de Semana Santa de Medina de Rioseco del 2025


Al salir de casa, al entrar, cuando paseas entre escaparates, cuando vas en metro... cuando te ves frente a algún espejo, siempre observas como tu contorno se muestra a los demás. Está al alcance de muy pocos traspasar las capas de la carne y ver lo que hay por dentro.

Los que lo hacen es probable que te hablen desde el corazón, como alguien de tu familia. O desde la admiración como un buen amigo. Muy pocos lo harán desde la pura verdad, desde lo que hay, sin poesía ni respeto. 

Una persona un día me miró por dentro y observó mi voz, incluso también mi corazón (que muchas veces lo primero depende de lo segundo), y lo hizo poniéndome frente a su espejo. Mostrándome mis debilidades, mis polos hacia donde no debería pisar, mis inseguridades.

La mujer del espejo, como alguno la conocía, dijo una vez que ella estaba sentada donde quería estar. En su despacho en el centro de Madrid por donde tantos profesionales desfilaban a diario. A todos los ponía frente a su espejo para que se vieran cómo son y como suenan. "Si este espejo hablara..."

Igual parte de esa escenografía tenía que ver con su pasado soñado como directora de fotografía. El cine fue su primera llamada pero, como también se la escuchó en alguna ocasión: "cambié las luces por las voces". Pese a ello, aquella forma de mirar la vida y a las personas siempre quedó en su mirada de cine. 

Aquella mujer, nos dio a muchos de nosotros el primer papel de aquel texto que cambió gran parte de nuestra vida. "Vosotros no estáis aquí por lo buenos que sois o por lo que sabéis, estáis aquí por vuestra sensibilidad.", dijo un día ya en una de sus primeras clases. Allí comenzamos a entender qué era lo de mirar nuestra voz.

Siempre tuvo unos recuerdos especiales hacia Salvador Arias, actor que destacó en el doblaje, a quien recordaba como aquel que le enseñó a confiar en su voz. Un ejemplo que trató de trasladar a quienes pasaban por sus manos. Al principio, muchas voces llegaban justas de confianza y de empeño, pero el efecto de ella y su espejo cambiaba las autoestimas en cuestión de semanas.

"La voz para mi es el mayor tesoro que hay. Es milagroso como algo tan pequeño y tan delicado puede, en algún momento, hacer algo tan bonito como es que se le salte la lágrima de emoción a alguien escuchándote." Solo sintiendo pasión por lo que haces a diario, se puede llegar a la plenitud de soportar el paso del tiempo y las circunstancias. Esa mujer lo hacía.  

Después de miradas al espejo, después de que las voces de tantos se graduaran, todo lo aprendido lo escuchamos a diario. Aquella mujer y su espejo sigue reflejando la forma de decir aquello que pensamos en nuestra profesión. 

"Hay que ser tu coach personal porque no todos los días son perfectos.", comentó ella en una entrevista hace unas semanas. Lo raro de hoy es que haya algún día perfecto. 

Gracias por tu tiempo, tus ganas y tu mirada que siempre iba más allá. 

Para aquella mujer del espejo.

Muchos esperan durante años recibir una llamada telefónica que les cambie la vida, que les estofe de trascendencia o que les recompense el trabajo hecho durante toda su carrera.

Estocolmo es ciudad de premios. Alfred Nobel creó los que son, seguramente, los más prestigiosos del planeta y todos los años se entregan en la ciudad. 

En un pequeño museo que hay para turistas, hay una colección con piezas curiosas de antiguos premiados. Gafas, bufandas, guantes e incluso una trompeta. Me llamó especialmente la atención la presencia de un teléfono fijo negro. 

Al parecer era con el que se llamaba a los premiados antes de que la tecnología lo cambiara. Durante años, millones de personas esperaban que fuera su número el que marcaran en esas teclas. A varios españoles les tocó, en pocas ocasiones sí.

Estocolmo es ciudad de premios, también musicales. ABBA tiene cientos de ellos. Una banda que trasciende entre generaciones y que nació allí en los 70. También tienen un museo donde además de conocer su historia, se puede cantar y bailar.

Entre las miles de islas que tiene Suecia, Vaxholm es una de las más queridas. Su castillo representa la fuerza militar que tuvieron en el pasado. A nosotros se nos pasó la parada y nos quedamos sin verlo, pero disfrutamos de la tranquilidad del pueblo y de sus casitas de peli de tarde. 

Premios en Estocolmo, fuerza en Vaxholm y… ciencia en Uppsala. Fue la última ciudad que visitamos. Está a apenas unos kilómetros al norte de la capital y es el icono universitario del país. Al ir a primeros de septiembre, coincidimos con las novatadas de los estudiantes. Muchos de ellos seguro que sueñan con tener algún día un Nobel y con que les llamen desde aquel teléfono negro, o el que usen ahora.

Ahí acabó nuestro viaje. A la mañana siguiente el avión de vuelta a España nos esperaba temprano. Los finales siempre son mejores si hay música, en eso se basa el éxito de muchas películas.

Para la nuestra de los Bálticos pondremos una de ABBA, “The winner takes it all”, El ganador se lo lleva todo. Algo así pasa con los que reciben esa esperada llamada. 


Cogimos un barco en la terminal de Turku. Aquella fue nuestra última parada en Finlandia. Antes de subirnos a aquel ferry, descubrimos que aquella ciudad era la más antigua del país y fue durante años la capital.

Era un claro ejemplo de superar el pasado, pero sin renunciar a él. Su castillo del siglo XIII es uno de los principales testigos de la historia finlandesa y hoy en lo alto de sus torres, no ondea la bandera de Finlandia ni de ninguna dinastía poderosa. Ondea la bandera LGTBIQ+. 

De ciudades modernas llenas de cosas que contar puede presumir sin duda Finlandia, pese a que en muchos aspectos su sociedad siga abriéndose poco a poco.

Sonó la bocina del ferry y aquel enorme barco rojo se desprendió de la tierra finlandesa. Poco a poco comenzamos a surcar el báltico entre pequeñas islas.

Ali y yo fantaseamos con decir: “imagínate vivir en una de esas pequeñas casitas.” Y en verdad sigo pensándolo muy a menudo. La de gente, casas y vidas que hay por ahí. 

Cada vez que dejamos un lugar, nos despedimos sin saber si en algún momento podremos volver a él, pese a que el comentario siempre suele ser el mismo: “igual con algún vuelo barato en temporada baja, volvemos.” Pero el mundo es muy difícil de ver dos veces.

Puede parecer insignificante y hasta exagerado, pero para mí supuso más que un mero movimiento el descolgarnos de aquel muelle en Turku. La próxima vez que nos engancháramos a la tierra firme sería ya en otro país, con otras gentes, con otras casitas, con otras vidas.

A la mañana siguiente, muy temprano, desde una de las ventanas del barco se veían más islas. Navegar por el Báltico es sortear peñones de tierra constantemente. Ya era de día y cuando salimos a la cubierta, hasta la textura de nuestra vista era diferente a la de la tarde anterior.

Habíamos llegado a Suecia.


Saber jugar tus fichas en el ajedrez, controlar los tiempos y retroceder, hace que ganes o pierdas la partida. Finlandia ha sido siempre un buen jugador de ajedrez, entendiéndolo como país, claro.

Sus peones han tratado siempre de ser correctos, educados, y viviendo de una forma sencilla, sin hacer demasiado ruido, pero creciendo poco a poco. Es lo que se conoce como ‘sisu’, una forma de ver la vida en base a la determinación, al carácter, al coraje y a la resistencia.
 
Igual por esa razón, Finlandia es por séptimo año consecutivo el país más feliz del mundo. A esa forma de vivir se le une la posibilidad de que en sus bosques se pierda el estrés y sus saunas puedan ahuyentar a las enfermedades.

Los caballos en su tablero se convierten en renos que pueden llevarte hasta la casa de Papá Noel, en Rovaniemi, sobrevolando auroras boreales. Además, la nieve hace vivir a sus vecinos en un paisaje de película durante el largo invierno. 

Las torres de su ajedrez representan su pasado defensivo con fortalezas como la de Soumenlinna, a unos kilómetros de Helsinki. Finlandia, como la mayoría de los países que hemos visitado en el viaje, también estuvo amenazada por el Imperio Ruso y acabó sucumbiendo hasta 1917.

Los alfiles, pueden representar su neutralidad histórica con los conflictos mundiales. Aunque con estas fichas han cambiado de estrategia hace poco, desde que se vieron amenazados por la invasión rusa en Ucrania. Desde el año pasado forman parte de la OTAN.

El rey y la reina, los que más hay que salvaguardar, los podemos encontrar en su capital, Helsinki. Allí, con sencillez y eficiencia han creado un diseño sin adornos lleno de practicidad para los ciudadanos. Un lugar donde las grandes obras se hacen en verano, sin molestar mucho, y en el invierno a las estatuas se le hielan los mocos.

Frente al Parlamento, levantaron Oodi, la biblioteca más completa que he visto en mi vida. Allí probamos a ser finlandeses y jugamos una partida de ajedrez. Yo perdí y Alicia me ganó sobradamente. Como decía, saber jugar tus fichas hace que ganes o pierdas. Tendré que practicar más el ‘sisu’ e intentar ganar la próxima vez.

El puente del río Narva comienza en un lugar del mundo y acaba en otro muy distinto, se mire por donde se mire. 

Iván cada día lleva sus obsequios recopilados durante toda su vida y los vende a los pocos turistas que suelen ir hasta el borde de Estonia con Rusia. Tiene de todo: pines, recortes de periódico, monedas… En un banco pone a relucir su historia marcada por los cambios y las guerras.

“Yo siempre viví en Narva.” Nos dijo cuándo le preguntamos. Pero vivir en Narva no quiere decir que seas estonio. La ciudad, que hoy está reconstruida casi en su totalidad, perteneció mucho tiempo a la URSS y hoy en día sigue habiendo mucha población rusa viviendo allí, aunque ahora es una ciudad de Estonia.

El río es la frontera física entre este país y Rusia, entre la UE y Rusia, entre Occidente y Rusia. Dos formas de entender el mundo, la sociedad, la vida... separadas por la fría agua de un río en calma.

Iván miraba muchas veces hacia el horizonte de la otra orilla, hacia Ivángorod. Es la población rusa que hay nada más cruzar el puente. Nos costaba saber que decía, pero hay idiomas que no hace falta saber de su gramática ni de su fonética. 

Un amigo de Iván, Serguéi, estaba con su bicicleta allí y cuando nos despedimos, vino detrás nuestro a preguntarnos qué hacíamos allí. Le dijimos que turismo. “¿Turismo en Narva? Podéis preguntarme lo que queráis…” dijo.

Nos contó que también había vivido siempre allí y que antes la ciudad era todo, Ivángorod incluido. Se podía pasar libremente por el puente y la vida era distinta. Nos contó además que tenía familia en España y que se alegraba de hablar con españoles en su tierra.

Intentamos entenderle, pero sólo hablaba ruso. El traductor nos ayudó a descifrar qué decía y nos estaba dejando entrever que no podía hablar de todo. “Allá en Ivangorod podríamos hablar de lo que quieras, pero yo también estoy de visita como tú.” Cada uno vemos la libertad de una forma y en un lugar.

En Narva, la vida para muchos es cruzar aquel puente. Esperar horas para que un policía dé su visto bueno. "Cruzaré el puente y terminará todo" dijo Serguéi antes de irse. Lástima no saber a qué se refería exactamente.

Seguimos el olorcillo que nos llevó hasta nuestro pequeño hotel que regalaba gofres a los madrugadores. Comimos uno y salimos a conocer la capital de Estonia, Tallin.

Es una ciudad medieval muy bien conservada que mantiene en pie gran parte de sus murallas. Las torres de sus templos, si las observas desde alguno de los miradores, dejan a la vista el duelo cuerpo a cuerpo que hay entre sus dos catedrales, la luterana y la ortodoxa.

El pueblo estonio tiene mucho más que ver con los finlandeses o suecos que con los otros países bálticos de Letonia y Lituania. Estonia formó parte de Dinamarca, Alemania y también de Suecia. Su acceso al mar Báltico hacía que muchos países quisieran ese territorio. 

Rusia apareció en su camino dos veces, con los zares y después con los soviéticos. Entre medias también llegaron los alemanes, esta vez con las ideas del Tercer Reich. 

El sentimiento de independencia definitivo surgió de un festival de canciones donde podían decir lo que quisieran en las letras. Los soviéticos prohibían las reuniones de más de cinco personas, pero no cuando se juntaban para cantar.

Todo eso es parte de un pasado que a los estonios no les importa contar, pero prefieren hablar del presente y del futuro. Su economía es una de las más efectivas de la UE. Con un euro puedes montar una empresa y sin hacer papeles. Punteros en el informe PISA con la educación gratuita incluida la universidad.

Pero estos datos contrastan con cuestiones sociales como el acceso al voto. Cerca del 25% de su población, la mayoría rusa a la que la URSS obligó a trasladarse allí, no pueden votar. O el matrimonio homosexual, que hasta el año pasado era ilegal.

En invierno el frío es complicado de aguantar, hay nieve durante meses y meses. Aunque con un gofre mañanero… igual todo es posible.


Café y una conversación. Estábamos en aquella plaza rodeados de iglesias y en cada silla de aquel bar había una manta marrón. En Letonia los inviernos son complicados y aunque aún fuera agosto, algo de fresco se levantaba a primera hora.

Riga es la capital de un país que consiguió tener una identidad propia tras años de ocupaciones. Rusos y alemanes hicieron lo que quisieron con esta nación y su cultura. Siempre bajo el argumento del: “venimos a salvaros.” Pero la realidad fue distinta.

Letonia y especialmente Riga, sufrieron muchísimo en la IIGM y hoy sus edificios más emblemáticos están todos prácticamente reconstruidos. Un buen ejemplo es La Casa de las Cabezas Negras. Fue destrozada por un bombardeo alemán en el 41 y lo que quedó fue demolido por los soviéticos en el 48. Recordemos que ambos venían a sal...

A apenas unos metros de allí, se levantó el Museo de la Ocupación, un imprescindible. Allí, objetos, piezas, documentos y, sobre todo, testimonios, explican lo que supuso ser un país con la identidad tachada desde el oeste y el este. Aquellos años marcaron de lleno a los letones: miles de asesinados, represaliados y otros tantos con algo más de suerte, desterrados a Siberia.

Este capítulo oscuro contrasta con la claridad, el color y el modernismo del Art Nouveau. Salir a los barrios burgueses del siglo XX es abrirse a una expansión de creatividad arquitectónica brutal. Edificios inconexos y singulares donde casi es mejor vivir fuera que dentro.

Jūrmala es el paraíso vacacional de los letones. Está muy cerca de la capital. Allí el Báltico luce en calma sin levantar olas, tranquilo y frío, lleno de medusas pequeñas que te invitan simplemente a caminar por la orilla.

Café y una conversación, en una plaza de Riga. De las tantas que hoy tienen y que como nos dijo uno de sus vecinos: “fue un gran regalo de los alemanes y soviéticos, ahora tenemos muchos espacios abiertos dentro de la ciudad para tomar cerveza.” 

Café o cerveza, lo que cada uno quiera.

 

“…el bosque a los lituanos de siempre amparaba,
brindándole sosiego, tanto los amaba:
nutría y abrigaba con frutos y fieras,
hasta cayendo un tronco les daba defensa;
en los días aciagos prestaba cobijo;
en los días más tristes, remedio y alivio…”

En Lituania el bosque es un poema. Así lo reflejan muchos literatos como Antanas Baranauskas. Una eminencia en el país que legitimó y promulgó, después de mucho tiempo, el lituano y la cultura del país.

Lituania es verde por su bosque, amarilla por sus campos de trigo y roja por la sangre de los que lucharon por su patria. Así lo refleja su bandera.

El país más al sur de toda la zona báltica fue nuestra primera parada. En Kaunas descubrimos su historia medieval y las uniones con el pueblo y la cultura polaca. Ambas naciones tuvieron una mancomunidad donde miraron hacia el sur teniendo territorios en la actual Ucrania y Bielorrusia.

Vilna, la capital, fue la segunda parada. Allí es inherente como el cristianismo católico fue y es el protagonista los domingos. Es complicado elegir iglesia donde entrar a misa. 

También sus vecinos nos contaron que en los botiquines de casa tienen a mano pastillas de yodo, por lo que pueda pasar con la única central nuclear que tiene Bielorrusia. Está a apenas 50 kilómetros de Vilna y no se fían demasiado de ellos.

Después de un par de días un tren madrugador nos esperaba dirección a Letonia. Comenzábamos el camino hacia el norte sin dejar en ningún instante de ver árboles y más árboles. 

Assiah, un fotógrafo malagueño con raíces en La Palma, lleva meses fotografiando habitaciones ajenas. Muestra en una sola foto el alma de quien en ella vive y sueña. El otro día vino a la de Alicia y a la mía.

Assiah colocó su trípode y con un gran angular procuró sacar lo máximo posible de nuestros espacios más personales. El mío en el barrio de Embajadores, y el de Alicia, en Chamartín.


Tanto ella como yo llevábamos semanas pensando en esa cita. No hacía demasiado que habíamos encontrado un piso en una zona buena para ambos, en el que el precio dentro de la estafa tremebunda que hay montada en la capital, pues no estaba mal, y donde creíamos que era un buen lugar para dar el salto. Pasaban los días y Assiah ya por fin nos dio una cita. El jueves vino a nuestra casa a hacernos una foto para su colección.

En un visto y no visto punzó con su dedo índice sobre el botón de su cámara, desgastado de capturar instantes.

    — Mira al centro... Ya está Raúl, sales genial. —

Y con Alicia tres cuartos de lo mismo.

Le llevamos a su casa y en la mochila que guardaba su cámara de fotos iba la última fotografía de nuestra vida de solteros, de nuestra vida madrileña que con los años aborreces, de los sueños periodísticos individuales.

Desde entonces sabíamos que las fotos en nuestra casa serían siempre juntos porque la vida ya ha pedido paso entre el tiempo que huye a la carrera como si tuviera prisa por irse de nuestro lado.

La importancia de los espacios en los que vivimos es total en nosotros. Donde nacimos, donde nos criamos, donde disfrutamos, donde nos perdimos, a donde volvimos... y aquellos espacios donde has vivido parte fundamental de tu vida son difíciles de dejar.

Ahora entre cajas uno no deja de pensar en el futuro claroscuro que se divisa más allá de los rascacielos que nos dan cobijo en nuestra nueva casa. Hay cosas de Alicia... hay cosas mías... Ahora el espacio es común. La infancia, la adolescencia, la primera juventud gloriosa se pierden en el trastero de nuestra memoria. 

Lloramos mucho cuando vimos poco después de aquel día de las fotos, nuestras habitaciones desangeladas sin ningún tipo de emblema de personalidad a la vista. Estaban desnutridas de vida, a pelo, nos habíamos ido ya. Una imagen diferente a la de una nueva casa que día tras día va cogiendo el aroma de los dos.

Qué bonito es pensar en lo que vendrá. Nunca jamás inicié una etapa con más ganas que esta. Porque los jóvenes de hoy en día, esos maltratados con crisis dolientes, paros, precios inflados y un futuro que no dejan de hipotecarnos, también podemos crecer y progresar sin renunciar a los sueños.

Nuestras cosas se van ordenando poco a poco y cada día hay menos cajas en el salón. No entiendo cómo podían entrar tantas cosas en dos habitaciones. Si muchos de estos trastos los pillaran nuestras madres... seguramente llevarían tiempo en la basura. Pero ni del billete de tren que cogí hace años para volver a casa me quiero separar. Todo se viene conmigo, hasta el estuche deshilado que usaba en la ESO.

No sé si un día creí que este día llegaría, pero ha llegado y es de los mejores días de mi vida. Pese a que se sabe que varias de mis mejores etapas están a punto de secarse, hay otras con el tintero lleno que están a punto de escribirse.

    — Assiah: una foto solo, ¿verdad? —

    — Sí, Raúl. Ponte en el centro y te la tiro. —

    — Sácalo todo por favor, aquí luce el boceto de mi vida. —

    — Podemos repetir las veces que quieras. —

    — No, mejor sin trampas, no quiero volver a llorar. —

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